Shadhiliya Darqawiya Al-Alawiya

Shadhiliya Darqawiya Al-Alawiya

domingo, febrero 27, 2011

Cautivos del alma


«Hay tres tipos de cautivos: los del alma (nafs), los del capricho (šahwa) y los de la pasión (hawà
Los tres cautivos están enajenados por algo, pero la principal humillación de las tres es la del alma, porque es un tirano del que uno no se puede librar.
¡Ya puede llorar quien esta preso del alma!
¿De qué le sirve llorar si de ella no esta a salvo?
Quien está preso del alma padece desgracias de todo orden porque el alma abunda en desmanes sin término y jamás otorga reposo. Una de sus principales características es su deseo de ser libre y escapar a los Decretos de la Señoría. Se afana constantemente y de todas las formas posibles por alcanzar ese dominio. El Enviado de Dios —Dios lo colme de bendición y de paz- dijo:
‛‛Señor mío, no me abandones a mi alma ni durante un abrir y cerrar de ojos."
Fíjate cómo el alma, antes de aceptar su sumisión a Dios (el Islam) y cargar con el peso del reconocimiento de ese principio, se opone a la soberanía divina y sólo la acepta si se le facilita y se la educa. Una vez que se somete y comienza a obrar bien no deja de reclamar la recompensa correspondiente. Dice: "Si obro bien merezco una recompensa". Y aún cuando, persuadida de que debe actuar con pureza de intención (ijlãs), ceje en esa actitud y renuncie a la recompensa, no dejará de considerarse la autora de sus actos. Mas si le inquieres: "¿Qué es el tawhîd para ti?, ¿qué entiendes por las palabras del Altísimo: Dios os Creó a vosotros y a vuestros actos (Corán, 37: 96)?", aunque reconozca que [el atribuirse los actos] es un defecto, seguirá afirmándose y reclamando su existencia aunque de ella apenas quede un espejismo Seguirá aferrándose a sí misma El alma sólo descansa, al fin, de la pretensión a su propia existencia cuando Dios le concede la gracia de extinguirla y se manifiesta a ella; pues no hay manifestación divina sin la previa y más perfecta extinción del alma, que queda borrada de la tabla de la existencia cuando es Dios quien la sustituye. Pero aun después de retomar no dejará de decir: "Ahora hablo a través de Dios; lo que yo digo, lo digo sin jactancia"; y lo afirmará aunque lo único que le quede sea la palabra. En conclusión, el daño del alma siempre superará todo lo descrito, a pesar de los múltiples tratados que se han escrito sobre ella —qué Dios nos guarde de su maldad.
El cautivo del capricho lo está, a diferencia del anterior, tan sólo de uno de los aspectos del alma. Sigue sus caprichos ahí donde los encuentra, porque son su objetivo, independientemente del carácter virtuoso o pecaminoso de sus obras. Sus caprichos terminan haciéndole perder la consideración ante Dios, pues Él le exige el cese de ese comportamiento y que se enfrente a sus inclinaciones. Solo un ignorante puede sentirse satisfecho de su maleficio.
Cuando el alma te reclame un deseo
Niégate por principio,
Déjala y apártate de sus deseos,
Tu pasión es un enemigo,
Y la gloria está en enfrentarse a ella
[Qué bajo cae aquél a quien humilla!
El murîd debe renunciar a sus caprichos, especialmente si su pacto con Dios se basa en la condición de renunciar a alguno de ellos. Si no cumple con ello sufrirá las consecuencias interior y exteriormente.
Relata uno de ellos: "Había contraído interiormente con Dios el compromiso de no ceder a capricho alguno. Cierto día, en un paraje desierto, deseé cierto guiso que llaman tabãhiŷa. Con tal violencia me vi preso de aquel deseo, Sin lograr zafarme de él, que me dirigí al pueblo más cercano para obtenerlo. Al llegar, mientras buscaba desesperado aquí y allá, una muchedumbre me apresó a gritos de "¡Ahí está!" "¡Ahí está!". Me tomaron por un salteador de caminos que les rondaba. Cuanto más insistía en que se confundían, más palos me daban.
Me di cuenta de que todo aquello era consecuencia de faltar a mi voto y dejarme arrastrar por mis caprichos, así que me tranquilicé y esperé a ver qué sucedía. Llegó la autoridad y me condenó a cuarenta azotes: me tendieron en el suelo y comenzaron a darme de palos. Cuando todo hubo concluido llegó un hombre que me reconoció y les dijo: -¡Qué habéis hecho! ¡Por Dios!, este hombre no es un bandido sino un santo-, tras lo cual me pidieron disculpas a las que yo no podía ni responder dado el estado en el que me encontraba. Me llevaron a su casa, donde me atendió y, con toda cortesía, me preparó de comer y me sirvió un plato de ese mismo guiso. —¿No querías tabāhiŷa? —me reproché amargamente-, pues ahí lo tienes, con cuarenta palos-. Rechacé la comida y me eche a llorar viendo lo que me había pasado por faltar a mis pactos."
Guárdate hermano de dejarte llevar por tus caprichos porque los verdaderos hombres son aquellos hombres que han cumnplido con lo pactado con Dios (Corán, 33:23).
El alma es como el niño, si la dejas continúa marnando,
Pero si la destetas, queda destetada para siempre.
El cautivo de la pasión (hawà) lo está de otra característica, inherente del alma. En este caso su pasión lo conduce a acomodarse a cuanto exija; Se amolda a los deseos de la pasión convertida en su dios y cumple con ella. ¿Has visto a quien ha tornado a su pasión como dios y Dios le ha extraviado a sabiendas? (Corán, 45: 23). Aunque Dios le escarmiente ni siquiera reparará en ello debido a la embriaguez de su pasión.
El prisionero de la pasión se siente rmaravillado con su estado.
No se da cuenta de la separación y el daño que le causa.
En ocasiones, la pasión conduce a quien domina a manipular los preceptos de la religión a su antojo y a desatender lo que realmente le incumbe; hasta que cae en un abismo del que no puede librarse, salvo que la Benevolencia divina (hay) le rescate, le libre de ella y le haga comprender cuales son sus verdaderas obligaciones religiosas. En caso contrario [si no se ajusta a ellas] no puede ser
considerado un creyente, tal como lo dijo el Enviado de Dios: ‛‛No es creyente aquel cuya pasión no se atiene a lo que yo he traído."
Del Fruto de las Palabras Inspiradas. Comentario a las enseñanzas de Abu Madyan de Sevilla, por el sheij Ahmad Al-Alawi. Almuzara, 2007.
Traducción del árabe de Juan José González.