La tensión interior en el Camino Sufí
Por saludables que sean los comienzos del peregrino hacia Allah (sâlik), su llegada a la meta no tendrá un final feliz si va cargado con restos de egoísmo. El Camino -sostenido sobre los firmes principios enunciados en el artículo “El Camino Sufí”, publicado en el número anterior de Musulmanes Andaluces- consiste principalmente en la progresiva eliminación de todo signo de presencia del Nafs (el Ego), tenido por la mayor de las enfermedades del corazón y el más inconveniente de los obstáculos.
El objetivo que se marca el aspirante es el de aniquilar en él al ego (el Nafs), hasta quedar sin aliento, de modo que se vacíe el corazón para Allah. Se cuenta que Abû Yaçîd al-Bistâmi vio a su Señor en sueños y le preguntó por el modo de llegar a Él, y Allah le respondió: “Abandónate, y ven a Mí sin ti”.
El Camino es, esencialmente, una lucha, un combate, un constante esfuerzo (Muÿâhada). El término Muÿâhada es el mismo que el de Yihâd, y esta denominación viene de un hadiz en el que el Profeta dijo a quienes volvían de una batalla contra los idólatras: “Venís de la guerra menor, y ahora os toca el Yihâd Mayor”, el Yihâd Mayor es la Muÿâhada. Y esto nos da idea del tremendo esfuerzo que se exige al aspirante: la lucha contra uno mismo, la victoria sobre enemigos invisibles que forman parte de su mismo ser. La palabra esfuerzo no hace justicia a Muÿâhada: ésta es un constante esmero, una paciencia sin límites, estar alerta y actuar con resolución, todo lo cual gobernado por la prudencia y la sabiduría.
¿Qué es el Nafs?
La palabra árabe Nafs se emplea en el lenguaje corriente para el concepto de mismo. El Nafs de algo es lo que es en sí esa cosa o, mejor dicho, aquello con lo que se identifica a sí misma o con lo que se la identifica, es su identidad. En su raíz, significa aliento, respiración, y en estos sentidos es una vida concreta, una persona. También, el Nafs de alguien es su personalidad, su carácter propio. Con frecuencia, el término ha sido traducido por alma. Mejor es verterlo por el sí mismo de algo, su fuero interno, o su conciencia de sí, o su ego, su yo.
En el Corán, el término Nafs aparece empleado en cualquiera de los sentidos que hemos definido. Los sufíes utilizan el término Nafs en un sentido restringido. Para ellos, el Nafs son sólo los rasgos negativos de la conducta y de la forma de ser y de actuar de una persona, y quizás egoísmo sea, en castellano, un concepto amplio que engloba suficientemente lo que quiere decir Nafs en árabe para los sufíes. También en el Corán, a veces, aparece con esa significación, y los sufíes citan los siguientes ejemplos: “Todo mal que te alcanza, proviene de tu Nafs”, “No disculpo a mi Nafs. El Nafs impera ordenando el mal”, “Allah no cambia la situación de un pueblo hasta que ese pueblo no cambia lo que hay en su Nafs”, “Así (una maldad) me lo ha sugerido mi Nafs”, “El Nafs le obligó a matar a su hermano”, “No hacen sino seguir lo que simplemente suponen y lo que apetece al Nafs”, “Volved hacia el que os ha creado y matad vuestro Nafs”,...
En definitiva, teniendo Nafs una significación amplia, en los textos sufíes, a menos que se precise de algún modo, el término designa por antonomasia al an-Nafs al-Ammâra, el Ego que impera ordenando el mal, que el Corán condena a muerte. Se trata de todos los rasgos negativos del carácter. El maestro sufí at-Tirmîdzi al-Hakîm definió Nafs como: “la naturaleza perversa del ego imperante cuyos rasgos son la desidia, la idolatría, el deseo, el temor, el apetito y la ira, y es furtivo, hostil y terco, le resulta pesado el cumplimiento con sus obligaciones y rechaza seguir el camino de su salvación, encuentra calma en la satisfacción de sus pasiones y se expansiona en la comodidad. Fluye por las venas como un veneno hasta que se apodera del corazón y lo mata”.
Abû Tâlib al-Makki caracterizó el Ego Imperante (an-Nafs al-Ammâra) -en los textos sufíes, el Nafs sin más adjetivos- diciendo que, conforme a la descripción que hace el Corán de la materia prima con la que fue creado el ser humano, el Nafs de manera innata tiene como naturaleza la debilidad propia de la tierra y el polvo; la avaricia propia del barro primordial; el apetito propio del cieno; y la ignorancia propia de la arcilla. De esa naturaleza innata que consiste en la debilidad (du‘f), la avaricia (bujl), el apetito (sháhwa) y la ignorancia (ÿahl), se derivan cuatro comportamientos: la búsqueda de dominio (arrogancia, amor propio, receptividad ante la adulación); la actuación demoníaca (el engaño, la argucia, la envidia); la naturaleza animal (amor a la comida y a la bebida, la incontinencia sexual); la bajeza de los esclavos (miedo, bajeza). De acuerdo con esto, el Nafs es el origen de todas las acciones censurables, a las que llamamos rebeldías (porque son contrarias a lo que Allah quiere del ser humano) y carácter vil. Al-Bistâmi decía que el Nafs es “la patria de todo mal”.
El Imâm ‘Abd al-Qâdir al-Yîlâni también nos ofrece una imagen que define lo que debemos entender por Nafs (siempre refiriéndonos, como hacen los sufíes, al an-Nafs al-Ammâra): “Es el peor de tus enemigos, peor que Iblîs, el demonio, tal como afirmó el Profeta en un hadiz. El Ego es ciego, sordo, ignorante de quién es su Señor. Su naturaleza lo hace encontrar reposo en la hipocresía y el fingimiento, la falsa pretensión, y se satisface en ser adulado. Es voraz, pretencioso, rebelde, se forja vanas esperanzas. Su verdad es mentira, sus afirmaciones son engaños, y todo lo suyo es engreimiento. Si se confía en él, se atasca; si se le da libertad, se hace indómito; si se le da lo que quiere, se destruye a sí mismo; si no se le piden cuentas, te vuelve la espalda. Si no puedes llevarle la contraria, acabarás ahogado. Si lo sigues, te conduce al Fuego. No tiene entidad ni puede volver al bien. Es la cabeza de tus desgracias, la mina de tu vergüenza, la alacena de Iblîs y el albergue de todo mal”.
Los sufíes distinguen entre el Nafs (el Ego) y el Rûh (el Espíritu). Cada uno de ellos es un órgano inmaterial (latîfa) constituyente de la conciencia del ser humano. El Nafs es el manantial de los comportamientos viles (ajlâq madzmûma); por su parte, el Rûh es de lo que derivan los comportamientos nobles (ajlâq mahmûda). También hablan de otros órganos inmateriales del hombre: el Pecho, el Corazón, el Centro del Corazón, el Núcleo del Centro, etc. No nos interesa aquí detallar estas latîfa-s, que al final son en el fondo una misma cosa, la conciencia, sino destacar que, como resumen, los sufíes enseñan que es de vital importancia domeñar el Nafs y alzarlo por sus siete grados hasta que alcanza la plenitud. Esos siete grados son: el Ego Imperante (an-Nafs al-Ammâra), el Ego Censurante (an-Nafs al-Lawwâma), el Ego Inspirador (an-Nafs al-Múlhima), el Ego Calmado (an-Nafs al-Mútma-inna), el Ego Satisfactorio (an-Nafs ar-Râdia), el Ego Admitido (an-Nafs al-Mardía) y el Ego Perfecto (an-Nafs al-Kâmila).
Los sufíes advierten severamente contra la relajación en lo que respecta al Nafs. Su mal y su peligro aumentan con el olvido y el descuido, y se disipan con la disciplina y la Muÿâhada, tal como dijo el poeta de los sufíes, el Imâm al-Busîri: “El Nafs es como un niño que, si lo descuidas, se hace mayor dependiendo de que lo amamanten. Pero cuando lo destetas, se libera”. El Nafs es la tiniebla que hay dentro del ser humano, y se asocia a otros enemigos del corazón. Esos enemigos son Iblîs, las apariencias y las frivolidades. Las frivolidades son productos del Ego mismo. Las apariencias es algo hacia lo que el Nafs siempre se inclina y es engañado entonces por la riqueza, el poder, el éxito,... Y el Demonio, Iblîs, es su confidente, aquello en lo que se inspira, la segunda persona en sus diálogos interiores.
Por todo ello, el Nafs es el mayor de los obstáculos en la Peregrinación (Sulûk) hacia la luz, hacia la claridad en la existencia, donde brilla Allah, el Uno-Único. La Muÿâhada es estar alerta contra el Nafs, combatirlo para que desfallezca y todo su mal desaparezca por completo. Y ello requiere un esfuerzo y un valor descomunales, porque nos identificamos con nuestro Nafs, creemos ser nuestro Nafs, y la exigencia de los maestros parece una invitación al suicidio. ¿No dice drásticamente el Corán: “Volveos hacia Allah y mataos”? ¿En qué quedamos cuando desaparece nuestra envidia, nuestro rencor, nuestra cobardía, nuestra avaricia,... en los que fundamentamos nuestra vida y le dan ‘sentido’? Lo que hay al final de ese proceso es a lo que el Corán llama al-Yanna, el Jardín.
En teoría, luchar contra el egoísmo parece simplemente algo bueno, moralmente aprobable, y hasta relativamente fácil, pero cuando se avanza por esa senda se descubre que el egoísmo es mucho más que unos cuantos comportamientos claramente perversos: es nosotros mismos. Volvemos así a los primeros significados de la palabra Nafs. Hasta la bondad que creíamos perseguir está sembrada de egoísmo, y eliminar esos últimos rescoldos sólo puede hacerlo alguien entendido en las trampas más sutiles del Nafs. Se progresa en un vaciamiento cada vez mayor, terrorífico. Ahí es donde empieza realmente el sufismo (el Tasáwwuf), y está reservado a unos pocos. Los maestros exponen a sus discípulos a esos terrores y les exigen salir victoriosos. Al-Yîlâni decía: “Os aconsejo romper vuestras vidas. Ahí hay ascensos que son dignos de un orgullo legítimo, según la Gente del Camino”. Con frecuencia en los textos sufíes se alude al extraordinario valor que hace falta, a los monstruos que asaltan al que progresa por el camino del desapego, a los peligros que están al acecho, al pánico que se apodera del aspirante, y nada de ello es entendible si limitamos nuestro entendimiento de lo que es el Nafs a unos cuantos comportamientos negativos y viles. Eso sólo vale al principio y es el horizonte último para la mayoría. El Nafs es la sustancia de la que estamos hecho, y el sufí va contra corriente, desprendiéndose de sí mismo para descubrir la Inmensidad de su Creador y Señor, su propia Íntima Verdad, la que lo forja en la eternidad.
Necesidad de la Muÿâhada:
Volviendo al principio, y siendo el Nafs el cúmulo sin más de las perversiones y aspectos negativos de la personalidad, combatirlo es una obligación para todo el que quiera agradar y satisfacer a Allah: “Quien tema el Rango de su Señor y se prohíba a sí mismo la frivolidad del Nafs,... el Jardín será su albergue” (Corán). Todo musulmán ha sido invitado a combatir su egoísmo, y hacerlo desplegando un gran esfuerzo (Muÿâhada). Toda victoria sobre el Nafs produce en el ánimo una satisfacción que es reflejo de la Satisfacción (Ridâ) de Allah, y un anuncio del Jardín (al-Yanna).
La Muÿâhada es un instinto en todos los seres humanos, y es el esfuerzo que realizan para no dejarse conducir por sus inclinaciones a la autodestrucción. Para los musulmanes, además, es una prescripción. En la medida de sus fuerzas y lucidez, cada musulmán debe doblegar su egoísmo, faltando a un principio fundamental del Islam si no lo hace. Pero para las sufíes, que son aquellos que se han propuesto descubrir a su Señor y bañarse en su luz llevando al extremo la obediencia que le deben en sintonía con la esencia del universo, sujetándose por completo a Él, la Muÿâhada es la quintaesencia del Camino. Al-Yîlâni dijo: “Quien desee seguir el Camino de la Verdad, que dulcifique primero su carácter. Con la constancia en la Muÿâhada se abre el ojo del Nafs y se cierra su boca”.
La Muÿâhada es un proceso largo y penoso. Cada vez que el peregrino derrota un aspecto de su Nafs con la espada de la contravención, Allah le devuelve la vida y de nuevo lo desafía y busca someterlo, y esto sucede una y otra vez, convirtiéndose en una larga batalla, ésa a la que el Profeta llamó Yihâd Mayor. Y es porque, en realidad, el Nafs es tremendamente complejo y tramposo, y cuando se cree que se le ha vencido en un frente sus rescoldos reaparecen en otra parte. Todo esto es lo que hace necesaria la asistencia de un Maestro capaz de advertir lo que se le escapa al aspirante, que se apresura a creer en la victoria cuando aún le queda mucho camino que recorrer.
El Corán enuncia la necesidad de realizar la Muÿâhada y mantenerse constante en ella: “A quienes se esfuerzan por Mí, los guiaré por mis caminos”. El peregrino hacia Allah (el sâlik) permanece a las puertas de Allah y cada uno de sus esfuerzos es una llamada hasta que accede guiado por Allah mismo hasta su Presencia cuando no queda nada de su Nafs. Al-Yîlâni dijo: “Quien en sus comienzos no empieza por la Muÿâhada, no encuentra nada en el Camino”.
El fruto de la Muÿâhada es la Mushâhada, la Contemplación. En la soledad del vacío que deja la ausencia del Ego, el aspirante (el murîd), convertido ahora en pobre (faqîr), en alguien sin nada, sin ninguna maldad y puro, contempla los Secretos de Allah, los Misterios de su Unidad Envolvente, y gana su Protección y es abarcado por la Misericordia. Según los maestros, la intensidad de la Mushâhada depende del rigor de la Muÿâhada. Al-Yîlâni dijo: “Es aspirante necesita la Muÿâhada en la misma medida en que me necesita a mí”. Efectivamente, la Muÿâhada, complementada por la asistencia de un maestro experto que le evite al discípulo los autoengaños, da un fruto extraordinario.
El que espera algún fruto del camino de los sufíes sin prestarse a realizar esfuerzos soberbios que lo desapeguen de sus propias mentiras y creencias se verá defraudado. Al-Yîlâni decía: “Enhorabuena a aquél cuyo corazón sienta inclinación por la Muÿâhada, y ay del esclavo cuyo corazón se abandone a sus propios apetitos”. Y también dijo: “Quien esté privado de Muÿâhada no alcanza la Mushâhada. Quien quiera entrar en el Océano de la Contemplación tiene que elegir el Esfuerzo, porque la Muÿâhada es la semilla de la Mushâhada”.
Tras haber definido el término Muÿâhada y haber asentado su necesidad, siendo como es la fórmula para sumergirse en el Mar de la Contemplación, queda por aclarar los modos seguros para llevarla a cabo y que son barcos firmes sobre la agitación del Océano de la Unidad.
Los modos de la Muÿâhada:
Los maestros proporcionan algunas claves generales para sostener la lucha contra el Nafs y reducir hasta matar su influencia sobre el corazón que pretende entrar en la Presencia del Rey. Puesto que el Nafs es de naturaleza esquiva y traicionera, las medidas que aconsejan que se adopten contra él son severas.
1- En primer lugar, está la ruptura con las costumbres (qat‘ al-mâ-lûfât). La rutina acomoda al Nafs, y las costumbres acaban adormeciendo el ánimo y humillan al corazón. Es muy difícil despertar de aquello a lo que se acostumbra el ego, y cuando éste se hunde en la repetición es asaltado por enfermedades que debilitan su voluntad. La Muÿâhada no es posible más que cerrando la puerta a la rutina. Las principales costumbres son la comida, la bebida, y la obsesión por la subsistencia. En todo ello, el aspirante deberá limitarse a lo que permita la Ley revelada, absteniéndose de relajarse en esas cuestiones que se convierte en rutinas a la que el ser humano consagra la mayor parte de su tiempo. El sufí deja de adorar las costumbres hasta que la atención que merece a Allah las sustituye y Él se convierte en la verdadera Costumbre.
Nos referimos a las grandes obsesiones en las que el hombre ocupa la mayor parte de su tiempo. Esa dedicación a subsistir y a asegurarse la vida acaba en excesos que consumen todo el tiempo, y resulta que el ser humano no deja de preocuparse por mantenerse vivo hasta que se cumple su destino que es la muerte, lo cual es un contrasentido. Salir de esa rutina que absorbe la mente a la mayoría de la gente es una de las primeras condiciones para la Muÿâhada.
2- En segundo lugar, está contrariar (mujâlafa) al Nafs. El ser humano se acomoda a las costumbres de modo que abandonarlas se le hace penoso. Junto a las rutinas y costumbres, es decir, junto a las grandes obsesiones absorbentes, está el hawà, las inclinaciones del ánimo, la sháhwa, los apetitos sensuales, y los amânî, las falsas esperanzas. Los maestros enseñan que debe serles llevada la contraria. Conceden una gran importancia a esa contravención (mujâlafa), porque las inclinaciones frívolas, los apetitos animales y los supuestos forman parte esencial del Nafs. El Corán dice: “No sigas al Hawà, porque te desviará del Camino de Allah”, “(Los idólatras) no hacen sino seguir suposiciones y lo que le apetece al Nafs”, “No sigas a quien hemos hecho descuidar nuestro Recuerdo y se subordina a sus inclinaciones”.
La Mujâlafa es la clave de la Muÿâhada. Llevarse a uno mismo la contraria es plantear una querella. El Imâm al-Yîlâni decía: “La realización de la sujeción a Allah consiste en que tú mismo seas tu contrincante. Esa querella es el camino en el que se hará verdadera tu sujeción a Allah”.
La Mujâlafa, llevar la contraria al Ego, empieza rechazando lo que le apetece e imponiéndole lo que le resulte pesado, y nada hay más pesado para el an-Nafs al-Ammâra, el Yo Imperante, el Ego Animal, que la ‘Ibâda, las prácticas espirituales en las que se reconoce el Dominio de Allah en todas las cosas y se rompe con la costumbre (‘âda). La constancia en la realización de la ‘Ibâda hace despertar al corazón hasta que éste comienza a saborear su adhesión a Allah. Se trata de un placer espiritual en el que se van diluyendo las inclinaciones del Nafs hasta quedar relegadas. Los sufíes siempre han insistido en que se debe enderezar el Nafs en el yunque de la ‘Ibâda.
La austeridad con la que se rechaza las exigencias del Ego y la práctica severa de las ‘Ibâda-s que el Islam enseña son formas de Muÿâhada con las que se entra en el ámbito del desapego que asoma al sufí a la Realidad de Allah, concentrando el ánimo en el objeto de la búsqueda del peregrino hacia el Rey.
3- En tercer lugar, está la disciplina, el ejercicio (Riyâda). La Riyâda, con la que se quiebra la tendencia del ego hacia sí mismo, tiene cuatro pilares: el hambre (ÿû‘), el silencio (samt), el insomnio (sahr) y el retiro (jalwa). Quien se somete al rigor de estas disciplinas, debilita la fuerza de su Ego. Son el destete que con el deja atrás al alma infantil y se permite despegar al corazón. At-Tustari enunció esos pilares diciendo: “Los Abdâl (representantes de una categoría dentro del sufismo de elevado rango espiritual) alcanzan su grado gracias a la práctica de cuatro virtudes: vacían su estómago, pasan en vela las noches entregados al recogimiento, callan y se apartan de la gente”. Al-Yîlâni dijo: “El peregrino sincero sólo come cuando tiene hambre, no duerme más que cuando es vencido por el sueño, dice lo estrictamente necesario y se retira apartándose primero de sí mismo y después de los hombres, y después del mundo, y después del Otro Mundo, y al final se queda a solas con Allah”.
Esos cuatro ejercicios son las claves de una auténtica Muÿâhada, son la disciplina que acaba dando consistencia a todos los demás esfuerzos. Algunos autores añaden la Siyâha, el viaje, que consiste en ir de un sitio a otro sin nada, dejándolo siempre todo atrás. No se insiste en este punto porque el sufismo no es una negación de las responsabilidades. El sufí, a pesar de las disciplinas que se imponga, debe estar al cuidado de su familia, respondiendo por el bien de los demás, compaginando su aspiración espiritual con sus deberes para con la comunidad en la que vive, y sólo cuando las circunstancias se lo permitan o no tenga otro remedio para limar su Ego puede ‘abandonar el mundo’.
También se cuenta entre las disciplinas con las que se pule al Ego la paciencia y la constancia en el estudio del Islam, pues una de las características del an-Nafs al-Ammâra es la ignorancia, que debe ser combatida para que el ser quede iluminado.
4- En cuarto lugar hay que situar el ajuste de cuentas (Muhâsaba) y la vigilancia (Murâqaba). En resumen, quieren decir que hay que estar siempre alerta. La Muhâsaba es un medio de constante prevención que consiste en una auto recriminación regular que mantenga la tensión del esfuerzo. El Profeta (s.a.s.) dijo: “Pedios cuentas a vosotros mismos antes de que os las pidan”. La Muhâsaba es una manera de proteger y preservar la voluntad, no dejando que se diluya la fuerza de la aspiración inicial. En la práctica, consiste en no apresurarse. Antes de realizar cualquier acto, es necesario darse tiempo para una reflexión que busque el acierto, corrigiendo antes la intención, teniendo en cuenta las enseñanzas de la Ley al respecto, evitando las trampas del egoísmo, etc. La Muhâsaba, clave para el éxito, es lo contrario al descuido, la desidia, la dejadez, el abandono, las prisas, la inconciencia.
Por su parte, la Murâqaba, la Vigilancia, es tener presente siempre que Allah está al tanto de nosotros, que su Conocimiento nos abarca y su Ojo nos ve en todo momento. Quien presiente ese peso sobre su existencia corrige todos sus actos y no deja espacio a su frivolidad, ni a su inconsistencia, ni a su maldad. La Murâqaba genera un pudor (hayâ) que es síntoma de plenitud en la Muÿâhada. Es más, se considera que la ausencia de Murâqaba es indicio de una ignorancia mortal, y sin el presentimiento de la Presencia de Allah toda actividad, por recta y bella que sea, está vacía de lo esencial y no está inmersa en la Unidad y Unicidad. Toda práctica espiritual y todo esfuerzo carecen de valor si no van acompañados de Murâqaba, y acaban convirtiéndose en gestos fingidos, en hipocresía, o en gérmenes de soberbia y autosuficiencia.
5- Por último, está la Constancia (Mudâwama). La realización de Esfuerzos puede creerse coronada alguna vez por un éxito definitivo, y en ello hay una trampa mortal. Hay quienes se disciplinan hasta convertir sus vidas en actos de prácticas espirituales, con constantes ayunos, recogimientos, noches en vela consagradas a la recitación del Corán. Pulen su carácter, mejoran el comportamiento, exilan al Nafs, etc. Pero en realidad nada de ello es un fin en sí, y suponer que se ha alcanzado la meta es que ésta no estaba clara al principio. La Mudâwama, la Constancia en la Muÿâhada, consiste en saber que el objetivo es siempre Allah, y por ello no tiene techo ni límite. Por ello, el peregrino sincero no ceja en el empeño y siempre está limando su ser, haciéndolo cada vez más trasparente. No se deja engañar por sus éxitos, no presta atención a la adulación, no se apodera de él la peor de las arrogancias que es la del santo, sino que avanza hacia Allah, constantemente, y cada una de sus respiraciones es un paso hacia delante. El Imâm al-Yîlâni dijo: “No levantes de sobre tu ego el bastón de la Muÿâhada. Con la constancia en la Muÿâhada se abrirá el ojo de tu ego y su lengua callará, desaparecerá su estupidez y se desvanecerá su ignorancia. Nada de esto es el resultado de un Esfuerzo que dura una hora, sino que es el producto de una hora tras una hora, tras un día que viene después de otro, tras un año que sigue a otro”.
La humildad (tawâdu‘):
El objetivo de la Muÿâhada es alcanzar el grado de la humildad (tawâdu‘), que es la verdad de cuanto existe. Ante Allah, todo es nada, y reconocer la propia pequeñez es el modo de estar vacío ante el Único. Los malâmatíes, que son los sufíes más rigurosos en la práctica de la humildad, son tenidos como modelos en la censura del ego propio hasta su completa extinción, lo que hace de ellos, según Ibn ‘Arabi, ‘los mejores de la creación’, pues en un hadiz el Profeta (s.a.s.) dijo: “Allah alza a quien se muestra humilde”. Son quienes ahondan en su indignidad y descubren su nada, mientras dejan en paz a los demás seres (y esto es el signo de la verdadera humildad). Al-Ŷîlâni enunció otros signos, que son: no jurar, no mentir (ni en bromas), no traicionar la palabra dada, no maldecir a nadie, aguantar las ofensas, pensar bien de los musulmanes, no acusar a nadie de no-musulmán o hipócrita, ser recatado, evitar causar a alguien cualquier mal, no cargar a nadie con dificultades, prescindir de la gente, abandonar toda ambición y tener bastante con Allah.